No había culminado todavía la existencia del Teatro Bolívar cuando apareció el Cine Carrión, nuestro último cine, que dio lugar a una campaña sin precedentes entre estas dos empresas para ganarse la taquilla o la clientela. Como era costumbre, en los cines, antes de la función, ponían música suave para escucharla también en el exterior del local. Pero al poco tiempo esto se fue deteriorando para pasar de costumbre o tradición a algo así como ambición.
En el Cine Carrión se llegaba a escuchar clarito la música del potente parlante que don Paclito o sus pupilos habían colocado en lo alto del Hotel Bolívar donde funcionaba el teatro del mismo nombre con dirección hacia abajo apuntando al Cine Carrión que quedaba apenas a dos cuadras de distancia.
Anecdótico o quien sabe si inaudito sería el calificativo a las preocupantes y casi peligrosas consecuencias que se dieron por tal actitud un tanto descortés o provocativa. Era tan sobredimensionado el volumen de este altavoz, que se tornaba insoportable; hasta tal punto que cierto ciudadano cuya vivienda estaba ubicada entre los dos cines, terminó perdiendo la paciencia, ya que el descanso del que los privaban, especialmente a sus hijos, no les permitía permanecer indiferentes ante tal situación en la que nada tenían que ver.
Entonces sucedió que de un sorpresivo y certero disparo de escopeta, de envidiable y profesional puntería además, se puso fin a ese horrendo tormento. Fue comprensible y razonada la actitud posterior a este acontecimiento de parte de los amigos del norte. No corrieron peligro las relaciones de amistad y esto pasó al olvido. No se sacrificó ni se perdió nada sino solamente una bala y un parlante, que de seguro los repusieron fácilmente luego.
El Cine Carrión, nombre tomado del propietario del edificio, don Francisco Carrión Romero, don Panchito, estaba ubicado en las calles Abdón Calderón y Juan León Mera, esquina, donde actualmente se encuentra la Mega-Tienda de J. M. Loayza. En ese tiempo todavía se presentaban personajes de la ciudad que gozaban de prestigio, poseían ciertas habilidades y aptitudes, tanto para la actuación dramática en las veladas como para el canto. Además de admirar las buenas películas de todo tipo o género sin censura, de vez en cuando proyectaban películas sólo para adultos, que eran muy esperadas, a las que las llamábamos películas prohibidas.
Pero también nos daban la oportunidad de conocer y apreciar a destacados cantantes como por ejemplo Rafael Jervis, integrante del famoso Trío Los Embajadores, trío que ya para ese entonces se había desintegrado. Estos artistas ecuatorianos habían conquistado el público de varios países importantes como México y Estados Unidos. Eran considerados como excelentes boleristas de la talla de Los Panchos o de Los Tres Reyes. Su fama y popularidad rebasó nuestras fronteras, y su nombre fue tomado por varios tríos de diferente nacionalidad como por decir Los Embajadores Criollos del Perú que también emularon su nombre.
Los entendidos en esta materia de grandes tríos boleristas del ayer, no se explican todavía la razón por la cual se perdió tan tempranamente a este trío ecuatoriano tan original y único, cuyas grabaciones han merecido el reconocimiento internacional, con varias canciones que nadie las ha interpretado mejor que ellos y que se han convertido en verdaderos éxitos.
En este Cine Carrión también se ha presentado el inolvidable Ernesto Albán, Don Evaristo, comediante, satírico, crítico y ridiculizador de los políticos de esa época. Era un personaje cómico de raigambre popular, muy aplaudido y querido por la gente de diferente clase social. Cuando hablamos de esta localidad, no caben las comentadas metidas de otro relato. Ya habían pasado de moda. A este cine no podíamos meternos como al Bolívar. Si entraba algún menor, de agache, era a ver las prohibidas, pero pagando su entrada eso sí.
Llegó la televisión y puso fin a todos estos espectáculos tanto en cinta como en vivo así como también a los torpes e indelicados insultos a Virolín por los constantes arranques de las cintas en este cine en cuya sala nos pegaba un adormecimiento preocupante y doloroso en las posaderas, especialmente cuando veíamos doble (doble película). Es que sus asientos o butacas, de las que algunas aún se encuentran por ahí, eran de una madera muy resistente y dura que no le hacían mella ni las polillas peor las pulgas.
Autor: Lcdo. Wilfrido Torres.
Blog: Relatos de Mushinga