Dicen que por el año de 1939 más o menos, cuando se aproximaba la guerra con los peruanos. Las autoridades escogieron a los mejores hombres que más se hacían respetar en Piñas y les asignaron sendos grados militares como Capitán, Teniente, etc. Todos ellos pertenecían a la denominada Guardia nacional. Por citar algunos, don Monfilio Marín, Capitán; don Segundo Jarrín, Teniente. Todos estos guardias Nacionales tenían la misma autoridad que los militares de verdad y la ciudadanía tenía la misma autoridad que los militares de verdad y la ciudadanía tenía que guardarles el debido respeto y obedecer cualquier orden de ellos.
Don Segundo, al ser nombrado Teniente, como los demás guardias nacionales, estaba encargado de conformar un grupo de ciudadanos y someterlos a un riguroso entrenamiento militar. Así, el Teniente Jarrín, sin uniforme ni fusil sino quizá con una simple escarapela nomás, les enseñaba a marchar, numerarse y cuadrarse.
Este entrenamiento lo realizaban solamente los días domingos por la mañana. La gente del campo que salía a hacer las compras en el mercado, se preocupaba por esconderse del Teniente Jarrín porque si no, perdían la mañana, no podían comprar pronto la comida para regresar temprano a sus casas.
El Teniente Jarrín también estaba obligado a sacrificar esas importantísimas horas del domingo que eran tan comerciales para el negocio de su tienda. Cuentan que entre su sobresaliente pelotón constaban los voluntarios, heroicos, disciplinados y valerosos soldados Virgilio Barnuevo, Segundo Barnuevo y el compañerito Samuel Chica.
Fuente: Leyendas, anécdotas y tradiciones de Piñas. Lcdo. Wilfrido Torres León